Sucedió un día que, estando en el andén esperando el tren, vi entre la muchedumbre una mujer de onírica belleza. Quise acercarme a ella, pero cuando me vio echó a correr, mezlcándose entre la multitud, y subiéndose a otro tren.
Sin pensarlo la seguí. No me importaba a dónde me llevara, tenía que alcanzarla. Corrí tras ella hasta el último vagón, y al mirarla a los ojos vi mi muerte, la cual sucedería en ese tren.
Entonces dijo:
-Me deseas, pero ahora que me conoces, ¿querrías elegir tenerme?
Ya no podía. Era mi Destino.
sábado, 26 de junio de 2010
El último viaje
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martes, 6 de abril de 2010
Recuerdos.
Entre el caos matinal de la estación, Sandra avanza hacia el andén esquivando a los transeúntes, arrastrando tras de sí su maleta de carro, la cual repiquetea contra el suelo al caminar. Antes de entrar en la vía, vuelve a comprobar que su billete está guardado en su cartera, doblado cuidadosamente en uno de los pequeños compartimentos. Es exquisitamente ordenada, pero a la vez algo despistada, y no le haría ninguna gracia perder el pasaje.
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miércoles, 10 de marzo de 2010
Querido diario
Ayer me sucedió algo curioso. Estaba en el tren (como de costumbre, supongo), en un vagón en el que apenas había gente. Al subir, me senté en uno de los bancos de cuatro asientos enfrentados, todos ellos vacíos, porque algo tenemos los seres humanos que el hecho de sentarnos junto a un desconocido nos provoca una tremenda repulsión.
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Etiquetas: diario
martes, 2 de febrero de 2010
Un regalo
Se abre la puerta del tren, montan una mujer y un niño pequeño, el cual porta una jaula vacía. Tiene los ojos rojos de haber llorado, y anda arrastrando los pies. A pesar de todos los intentos de consuelo de su madre, no consigue animarle.
Se sientan en los primeros asientos que ven. La madre le pregunta si quiere sentarse junto a la ventana, pero el chico no responde, mira únicamente su jaula vacía. La expresión de la madre se vuelve también triste, y le acaricia al niño la cabeza sin decir nada más.
-¿Qué le pasa? Un niño tan guapo no debería tener esa carita.
-Su loro ha fallecido. Le hemos llevado al veterinario, por si podían hacer algo por él, pero ya estaba muy viejo y solo cabía esperar lo inevitable.
La chica asintió en silencio, comprendiendo. Volvió a mirar al niño, que seguía callado como una tumba mirando su jaula vacía.
Él no contestó al principio, pero su madre le llamó la atención, diciéndole que estaba muy feo ignorar cuando te hacen una pregunta.
-Me llamo Javi.
-Siento lo de tu loro, Javi.
El chico suspiró. Sus ojos empezaban a brillar de nuevo, prestos a llorar.
-Oye Javi, ¿tú sabes a dónde van nuestros seres queridos cuando nos dejan?
-Pues… -no contestó enseguida- al cielo, creo.
-Exacto –respondió la chica- al cielo –hizo un gesto con la mano hacia la ventana, a través de la cual se veía un cielo azul precioso, salpicado de nubes- ¿Y sabes en qué se transforman cuando van al cielo?
-¿En ángeles?
-Algo así. ¿Y sabes dónde viven?
-En las nubes.
-¡Muy bien!
Tras decir esto, sacó del bolsillo de su abrigo una cámara de fotos, de esas antiguas que revelan la foto en el instante en un trozo de papel.
-Déjame tu jaula un momento, Javi.
Javi le tendió la jaula. La chica la cogió, la levantó en el aire con una mano, moviéndola de sitio hasta dejarla en un lugar exacto. Le pidió a la madre que la sostuviese un momento donde estaba, y entonces le sacó una fotografía a la jaula. Ni Javi ni su madre entendían nada, pero cuando la chica sacó la fotografía revelada, vieron que en el interior de la jaula había una nube blanca y esponjosa.
Javi sonrió de repente, una sonrisa que fue creciendo hasta ocupar toda la cara.
-¡Mamá, el loro ha vuelto!
La madre también sonrió, asintiendo y besando a su hijo, feliz de verle contento de nuevo.
La voz del maquinista anunció una nueva parada, y madre e hijo bajaron automáticamente.
Cuando la madre se dio cuenta de que no le había dado las gracias a la chica, ya se habían cerrado las puertas y el tren arrancaba. Alcanzó a verla por última vez, sentada en el lugar que había ocupado antes Javi, con los pies apoyados en el asiento de enfrente y los ojos de nuevo tapados por su gorro.
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PD: La nube de la foto no tiene la forma de V, pero se entiende. Es de Chema Madoz, un artista que no dejo de recomendar, sus trabajos son increíblemente bellos.
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lunes, 4 de enero de 2010
Invierno en la estación
En una estación cualquiera, de una cuidad como otra cualquiera, un chaval cualquiera espera el tren. Sentado en un banco, con un libro entre las manos que no lee, y la mirada volando de un lado a otro por la marea de gente. Desde donde está solo alcanza a ver piernas que caminan sin detenerse, zapatos que taconean, sombras que pasan fugazmente. Es como una piedrecita en el lecho de un río.
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sábado, 2 de enero de 2010
Gotitas de agua, grandezas de la Naturaleza
A fuera llueve, y las gotas de agua salpican y repiquetean contra la ventana del tren.
¿Alguna vez os habéis fijado en las gotas de lluvia? Son de lo más curiosas. Parece una tontería, pero solo hace falta prestar un poco de atención para darnos cuenta. Al principio todas nos parecen iguales, transparentes, frías, pequeñas… pero quédate tan solo un minuto mirándolas, y descubrirás que no hay ni una sola gota que se parezca a otra. Cada una tiene una forma, un tamaño, una historia. Entonces, ¿qué sentido tiene la frase “como dos gotas de agua” si ni siquiera ellas son iguales? Tal vez sea porque, a pesar de que no sean idénticas, tampoco son muy diferentes.
Parecen piezas de un puzle desperdigadas por el cristal. Algunas acaban por juntarse, como si fuesen la otra pieza que encaja a la perfección. Hay gotas que nacen para unirse a otras, y gotas que, aunque no se parezcan en nada entre sí, también se acaban uniendo. Y cuando varias gotas se unen, ocurre algo sorprendente: de su peso, se abren paso a través de todo el cristal de la ventana, dejando un rastro tras de sí, un caminito entre la gran concentración de gotas. Llegan hasta a arrastrar a otras gotas consigo. ¿No os parece increíble que algo tan pequeñito llegue a hacer tales cosas al juntarse? Solo es increíble si lo pensáis, advierto. Solo algo tan fuerte como la unión hace la fuerza, sobre todo entre miembros con tan diferentes entre sí como las gotas de agua. Una no puede hacer nada, además de estar quieta en el cristal, mirando pasivamente al resto de gotas; dos hacen una gota más grande, más fuerte, pero sigue estando quieta en el cristal; cinco gotas empiezan a moverse, aunque sea en la dirección que el viento o la gravedad estimen. Un millón de gotas, sin embargo, generan un caudal, y se mueven a placer. Forman ríos, lagos, charcas, mares, y pueden modificar la superficie en la que se encuentran, creando cauces, depresiones, cuencas, valles…
Y todo esto empieza con las pequeñas gotitas de lluvia, que decidieron unirse para crear algo grande: vida. Es un proceso lento y costoso, pero que con tiempo y paciencia hace grandezas.
Ojalá nos fijásemos más en las gotas de agua. Podríamos aprender tanto de ellas…
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