Desde las seis de la mañana, antes de que el propio sol despierte en el cielo, las estaciones de cercanías bullen de gente. Zapatos negros, chaqueta americana, maletín en mano, nudos de corbata atados al cuello. Todos miran el reloj, o hablan por el móvil mientras caminan zigzagueando para esquivar al resto. Miran a su alrededor para no chocarse unos con otros, pero no se ven, ni apenas se tocan. Un rápido vistazo al monitor que anuncia la llegada de los trenes, otro a izquierda y derecha para no embestir al que viene al lado, y de nuevo sus miradas se pierden.
Las vías empiezan a llenarse. Volutas de humo escapan de los cigarros, rápidamente consumidos al son de los repiqueteos de los pies contra el suelo, como si de esta forma el tren fuera a llegar antes.
Al fin, las puertas de los vagones se abren, y sin más dilación entran atropelladamente los ejecutivos, funcionarios, ingenieros, financieros, banqueros...
Todos son hombres ocupados, hombres de negocios. Están perfectamente organizados, casi programados, porque para ellos el tiempo es oro, y no pueden permitirse desperdiciar un solo minuto. Empiezan a ocupar los asientos, evitando en la medida de lo posible sentarse al lado de otro, parece que necesitan un espacio vital mínimo, una burbuja que les impida contactar con los demás. El tren se pone en marcha, y sus pasajeros esperan en silencio su parada, absortos en sus propios pensamientos...
Se para el tren, y una extraña pasajera sube en él. Porta una bufanda de colores y un gorro peculiar. Fuera llueve, y sus botas están cubiertas de agua y barro, mas eso no impide que de su boca asome una sonrisilla inocente. Su mirada no está perdida como la de los otros pasajeros, sus ojos ven todo cuanto hay a su alrededor. Busca un sitio para sentarse, y lo hace al lado de un ejecutivo que teclea su portátil por encima de las gafas y que, cuando nota por el rabillo del ojo que alguien ha invadido el espacio de su burbuja, no puede evitar fruncir el ceño y emitir un leve refunfuño.
La chica sigue observándolo todo. A ningún otro de los presentes pasajeros se les ocurriría prestar siquiera unos minutos a hacer lo que hace ella, pues considerarían que no hay tantas cosas en un tren ni tan interesantes como para dedicarles un tiempo de atención, y ya se sabe, para ellos el tiempo es oro. Sin embargo, la chica encuentra miles de cosas que captan su atención: una puerta que comunica el vagón con el siguiente no se cierra bien, y con el traqueteo del tren choca y produce una serie de sonidos que forman una percusión constante; a una de las ventanas debieron de propinarle una pedrada, pues el cristal, a pesar de seguir de una pieza, está fraccionado en centenares de fisuras que se van entretejiendo, como si fuese una telaraña de cristal, y cuando la luz exterior incide en el cristal, las fisuras brillan cálidamente como si fuesen de fuego. Mira al resto de viajeros del vagón. Aunque todos se parezcan, cada uno tiene una apariencia, una personalidad, una forma de sentarse, lo que sea. No hay dos iguales.
La mirada de la chica se centra entonces en el hombre que tiene al lado. Para verle mejor, se cambia de asiento y ocupa el que está justo en frente de él. El ejecutivo, que se da cuenta del por qué de la acción de la chica, comienza a sentirse incómodo, pues no sólo ha roto ya su burbuja, sino que siente que también está ocupando su intimidad.
"¿Qué estás mirando?". Formula primero la pregunta en su mente, pero cuando va pronunciar la primera palabra, es ella la que le pregunta.
-¿No te aprieta el nudo de la corbata?
Suena como una pregunta normal y corriente, y por eso el hombre se queda aún más anonadado. "¿La corbata? ¿Me está preguntando por la corbata?". Se da cuenta entonces de que lleva el nudo muy ceñido al cuello de la camisa, y le aprieta bastante. Con las prisas, debió de hacérselo muy fuerte.
-Eh... lo cierto es que sí, sí me aprieta un poco.
Baja la vista para aflojarse la corbata, y al hacerlo sus ojos aterrizan sobre los pies de ella. Por encima de las botas, asoman unos calcetines largos, y se da cuenta de que los lleva desparejados.
-Oye, no sé si te habrás dado cuenta -suelta las palabras con cierto tono de reprimenda- pero te has puesto un calcetín de cada.
-Sí, es verdad.
-¿Las prisas?
-No, qué va. Me los he puesto así a propósito, me gusta.
¿A propósito? "Esta chica debe de ser una holgazana, y una desorganizada"
-No son esas formas de vestir para ir al colegio.
-Oh, no voy al colegio.
-¿Cómo que no? -la verdad es que no se había fijado en que no llevaba mochila o similar- ¿Y entonces a dónde te diriges? ¿En qué parada te bajas?
Ella no responde inmediatamente, sino que sonríe, exhibiendo unos dientes blancos entre los cuales escapa la melodía de una risita infantil, luego mira a través de la ventana y dice:
-Prefiero viajar sin destino. Así, el viaje es más entretenido.
Aquella respuesta rompía todos los esquemas del ejecutivo. ¡Sin destino! ¿Pero esta chica de dónde sale?. Empezó a pensar que la chica le estaba tomando el pelo, pero parecía decirlo en serio. ¿Más entretenido? Así lo único que conseguiría es perderse, y con ello gastar un valioso tiempo.
-Los jóvenes de hoy en día no pensáis para nada en lo que hacéis, derrocháis el tiempo en cosas inútiles e irrelevantes.
-¿Considera usted explorar nuevos caminos algo inútil o irrelevante?
-¿Perdón?
-¿Alguna vez se ha bajado en una parada que no conoce, o en la que en un principio no había pensado bajar? Nos acostumbramos a recorrer únicamente los caminos que conocemos, sin pararnos a pensar en todos los que aún nos quedan por descubrir, y todas las cosas maravillosas que nos quedan por conocer en ellos.
El ejecutivo se quedó entonces sin saber qué responder. Se hizo una pausa en la que se irguió un silencio abrumador.
Nuevos caminos.
Algo empezaba a dar golpes acelerados en el pecho del ejecutivo. Parecía su corazón.
Explorar y descubrir.
Su sangre bombeaba cada vez más deprisa por sus venas, transportando dentro de sí un torrente de emoción.
Romper con la rutina.
La emoción empezó a concentrarse en el estómago, creando una especie de bola que rompió la burbuja en la que encerraba.
La voz del maquinista sonó en el vagón, anunciando una de las paradas. No era en la que debía bajarse el individuo, ni si quiera le sonaba el nombre. Pero algo dentro de sí, quizás toda esa energía contenida en emoción, le dijo que debía bajar, que ésa era su parada.
La chica se dio cuenta, y cuando el hombre fue a levantarse, ella sacó de los bolsillos de su abrigo un par de guantes, y tendiéndoselos dijo:
-Tenga, afuera hace mucho frío, no querrá que se le congelen las manos.
Aceptó los guantes y se los puso. Uno de ellos era verde, el otro rojo. Antes de bajarse, sonrió a la chica, que seguía mirando a través de la ventana. Se preguntó si volvería a verla, al subirse de nuevo a un tren, o al cruzar alguna estación. No lo sabía, así como no sabía nada de lo que iba a suceder ahora, ya que estaba en un lugar que no conocía. Y descubrió que esa sensación le gustaba.
Antes de empezar a caminar, deshizo el nudo de la corbata y la arrojó a las vías.